EN EL PASEO DE LOS TRISTES
En el paseo de los tristes
hay una mano que se aleja en un otoño alargado
que consume la primavera.
Una paloma blanca vuela bajo
cansada de mensajes de paz y de ser símbolo de la esperanza,
se deja llevar melancólica, dada por vencida.
Los sapos no buscan más libélulas
que echarse a la boca
y eructan llenas de desidia
los suspiros que llenan un pecho hinchado
de quereres perdidos y vasos medio vacíos.
En la vereda, el pato gime ahogado,
afónico, tosiendo al pedazo de periódico
que anuncia que este año los cerezos
no vestirán más de blanco las bodas.
Entre tanto, unos gusanos agarrados
a un muro mohoso empedrado
junto a las lágrimas tendidas del río Darro
montan fortín en su crisálida
encerrándose ante ese mundo del que le han hablado,
sin querer ser mariposa.
En el paseo de los tristes
hay un invierno que puede con todo
en el que los reptiles
parecen lagrimar en un pestañeo.
La lagartija huye, dejando de ser estatua,
ante su paso agachado.
Y a un lado,
unas paredes encaladas
que pierden al visitante,
muestran entre sus recovecos
un alto de loma moldeado con arcilla
que ve pasar otra alma mísera,
consumida por una vida desatendida,
en otro paseo triste.
En el paseo de los tristes.
© Texto: Yiyi M. E, "En el paseo de los tristes", enero 2011.
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