jueves, 4 de abril de 2013

12 CAMPANADAS




12 CAMPANADAS


Cuando Pedro cogió el paraguas, María ya estaba de pie junto a la puerta con las manos temblando.
—¿Vas a salir, Pedro? ¿Estás seguro?
Pedro se paró con la mano sobre la puerta, le resbaló una gota de agua por su frente, respiró hondo y con gesto serio, pero sin mirarla, respondió.
—Sí.
—¿De verdad que vas a hacerlo? –María dio un paso atrás, corto y paró.
—Sí. Ya está bien de tanta mierda —cogió el sombrero y salió sin despedirse. 
En la casa los niños estaban acostados. María permaneció en silencio en la puerta, miró al reloj que colgaba en la entradita y cerró con llave. Echó el tranco, se apoyó en la puerta y volvió a quitarlo.  Luego cerró todas las ventanas, miró alrededor y subió las escaleras acelerada. En el sexto escalón tras el descansillo tropezó cayendo de rodillas. Escupió un grito ahogado mientras se llevaba una mano a la boca, mordiendo el grito. Se tocó el tobillo, gimió y se levantó cojeando. Llegó hasta la planta de arriba.
Por el pasillo avanzó con rumbo decidido. Al llegar a la habitación de los niños los miró desde la puerta y se acercó para asegurarse de que seguían dormidos. Permaneció un par de minutos observándoles, se levantó y salió cerrando la puerta, aunque al par de metros se detuvo, y volviendo sobre sus pasos, la dejó entornada. 
Al salir se dirigió a su cuarto. La cama estaba deshecha y el reloj de la mesita se encontraba en el suelo. Lo colocó en su sitio, recogió las medias, el liguero y el vestido, y volvió a hacer la cama.  Puso en su sitio el espejo y se descubrió el camisón levantado y una parte de las braguitas de encaje que llevaba puestas. Se llevó las manos al muslo y tiró fuerte del camisón hasta las rodillas, precipitada. Pedro, murmuró, Pedro.
En el reloj comenzaron a sonar las campanadas, María se sentó y se frotó los ojos. Permaneció unos segundos sentada, con las manos sobre la rodilla. “Dong”, sonó la cuarta campanada. “Dong”, sonó la quinta. “Dong”, hasta que sonó la decimosegunda. Entonces se levantó, llegó cojeando a la habitación de los niños, entró y les acarició en la frente.
—Arriba niños, arriba —Julián y Maite bostezaron, dieron una vuelta más sobre la cama y se frotaron los ojos.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Qué sucede? —Julián le tiró del camisón a su madre.
—Nada, chicos, hay que levantarse.
—¿Ya es hora de ir al cole? Todavía tengo sueño —preguntó dando otra vuelta sobre la cama.
—No hijo, no; todavía no. Pero prepárate y coge tus cosas —María miró a Maite y le tocó la barbilla—. Tú también. Os espero abajo, en la cocina, ¿vale? —se levantó, marchó hacia la puerta y a mitad de camino, girándose, les habló de soslayo en voz baja pero asertiva—. Venid pronto.
María salió, se detuvo bajo el marco de la puerta, los miro una última vez y bajó a la entrada.
Al bajar las escaleras cogió un paraguas largo, negro y con punta metálica. Se acercó al armario del pasillo, giró la llave dos veces a la izquierda, revolvió entre las camisas, y cogió el bolso y una mochila llena. Cerró con dos vueltas y tiró la llave al suelo, empujándola con  el pie por debajo de la alfombra. Y entró al baño.
Cuando salió, los niños ya estaban abajo, preparados.
—¿Ya te has quitado el pijama, mamá? ¡Estás muy guapa! —sonrió Julián y su madre le respondió con una sonrisa practicada, adecuada.
—¿Dónde vamos? —dijo Maite.
—Todavía a ningún sitio. Vamos a hacer un juego, no os preocupéis. ¿Habéis probado antes a hacer por la noche lo que se haría por la mañana? —Se acercó al armario, sacó dos tazas, leche de la nevera y les hizo una taza de cacao. La calentó al microondas, y al minutos y medio las sacó y las dejó sobre la mesa, delante de ellos. No os atragantéis. Tomadla con tiempo. Hay que tomar energía —agarró el taburete y se sentó en la puerta, mirando hacia la entrada.
Los niños soplaron a la taza y comenzaron a beberla a sorbos. María les miraba de perfil, sus pies dando toquecitos a la pata de la silla y sin dejar de mirar a la puerta.
 Comenzaron a escucharse sonidos desde fuera, como unos pasos que se acercaban, como una mano que rascara por entre los cubos, por entre las paredes.
—¿Mamá? ¿Qué se escucha? ¿Qué es eso que suena?
—No os despeguéis de mí —y agarró el paraguas más fuerte. Se levantó, se acercó a la entrada, con pasos cortos y arrastrando el pie, notando que se la había hinchado desde que se había puesto los zapatos en el baño. Los niños dejaron de hablar y María permaneció un minuto en la entrada, a un metro de la puerta, con la cabeza firme hasta que llamaron.
Y sonó dos veces, con dos golpes secos, mitad hueco como un puño mal cerrado, mitad lleno como un puño que sujeta, que sujeta algo.
María se alejó con sendos pasos con cada uno de los golpes, se sentó en la silla de la entrada, y con el paraguas entre sus manos, con voz apagada, preguntó.
—¿Quién es? ¿Quién es? ¿Quién llama a la puerta?
Y el pomo comenzó a agitarse.
            Los niños dejaron la taza sobre la mesa.


© Texto: Yiyi M. E, "12 campanadas", marzo 2013.
Imagen: http://lospergaminosderato.blogspot.com.es/